En la sombra de mis árboles todo se deforma.
Pequeños entes se dispersan, abrazando las veredas, jugando por el césped. Y yo danzo alrededor de aquellas sinfonías creadas por la gran naturaleza.
Mi vecina me observa con un rostro parecido a la extrañeza, o quizás, ¿es acaso envidia?

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Sueños de una tarde inesperada

El aire se colaba por la ventana, inundando el ambiente como si de una nave etérea e invisible se tratase.
Sopló algunas hojas hacia el interior de la casa.
Movió rimas entre mis blancos cuadernos.
Se expandió por todo el terreno, dejándome pálida ante el frío invasor.
Sin previo aviso, se escuchó un tintineo. Por instinto, quise encontrar al provocador de tal dulce sonido.
Me sorprendió un reflejo de luz en mis ojos, algo brillante tez dormía en mi lecho.
Esperé oír nuevamente la melodía del cascabel, como si fuera a sonar sin ayuda de un manipulador.
Cuando lo tomé en mis manos me di cuenta de que era tan pequeño como una pupila, trabajo de un hábil artesano, elaborado tal vez en adamantio.
Cuando nuevamente la brisa se acurrucó por mi habitación, se escuchó una resonante risa, como si dicha persona se divirtiera por el simple hecho de que mirase el cascabel.
Pero nadie se encontraba en mi hogar, más que yo misma.
Y en el momento que quise observar el diminuto artefacto, no se encontraba.
Estaba sola. Sentada sobre mi escritorio, con hojas que ya no se hallaban vacías.

Ahora había una ilustración de un pequeño duende, divertido traviesamente.

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