En la sombra de mis árboles todo se deforma.
Pequeños entes se dispersan, abrazando las veredas, jugando por el césped. Y yo danzo alrededor de aquellas sinfonías creadas por la gran naturaleza.
Mi vecina me observa con un rostro parecido a la extrañeza, o quizás, ¿es acaso envidia?

martes, 10 de enero de 2012

Las llamas lo consumieron todo, inclusive mi memoria...

 
Sentí un leve cosquilleo en la espalda; recorriendo toda mi columna hasta llegar, inevitablemente, al hueco entre el hombro y el cuello, convirtiéndose en escalofrío y luego en una extraña sensación de éxtasis mezclada con rareza.
Preferí mostrar cierta ausencia, mantener el mentón en alto y mirar hacia adelante.
Unos brazos me rodearon suavemente, obligándome a inclinarme a causa del peso. El tacto fue sutil y al instante pude percibir su tibia piel. Sus labios rozaron mi oreja, haciéndome sentir su cálida respiración en mi oído. Su melódica voz se abrió paso en mi mente, susurrándome: - Ángel... no es tu culpa -. Lo miré, un tanto atónita, un tanto atontada. Era alto, aparentaba ser de mi edad o quizas un poco más grande, de cabellos oscuros y ojos de un azul violacio. Con la piel pálida, que parecía porcelana, dejaba ver una expresión melancólica, tanto que mi indiferencia paso a ser trizteza con solo verlo.
Detrás nuestro, se abalanzaban estrepitosamente las llamas, de un lado hacia el otro, quemando todo a su paso, dejando ruinas maltrechas.
El fuego lo consumió todo, inclusive mis recuerdos; dejándome solamente con aquel hombre a mi lado que, tan solo por una corazonada, sabía que había sido importante en mi vida.
Prometiéndome que mi memoria volvería.